Tengo una pregunta que me ronda por la cabeza al despertar y ver que ya no sigues a mi lado.
Primavera, ¿Recuerdas como nos conocimos?
Aquél día había sido un desastre y lo único que lo mejoró fue ver a una preciosa y encantadora señorita, sentada en un banco de aquél parque que estaba abandonado, con un libro en mano mientras pasaba las páginas una tras otra con dulzura. Estabas hermosa con aquél vestido negro con topos blancos que estrenabas y que al fin y al cabo había que admitir que realzaba tu figura. Tu melena larga y lisa que brillaba con el sol, por no hablar de aquella sonrisa que siempre me dejaba maravillado era más que una vista perfecta.
Y debo de darle las gracias al viento por hacer posible conocerte, pues sin él no te hubiese podido devolver aquél pañuelo rosa con flores bordado con tu nombre en una de las esquinas y es que no soy creyente de ello, pero sigo pensando que fue obra del destino.
Desde aquél momento comencé a pensar que no volvería a encontrarme a alguien como tú, que serías la única en esta gran ciudad tan especial para mí y sin haberte conocido.
Mi cuerpo siempre tiritaba al tenerte cerca, poder oler aquella fragancia que desprendías era magnífico. ¿Y tu esencia? Es algo de lo cual nunca he podido hablar con nadie por que para ser sincero no tengo palabras exactas para definirlo.
Lo mejor de todo no fue lo resplandeciente que eras físicamente sino que a pesar de todo tenías aquella peculiar cualidad de sonreír hasta en el caso más trágico para que las demás personas se sintiesen mejor, por que sí, tú tenías esa aptitud.
Aún recuerdo las primeras miradas y los varios encuentros casuales que teníamos a menudo. ¿Sería que teníamos demasiadas cosas en común?
Eras un ángel, eras mi compañera inseparable que me cuidaba siempre fuese día o noche. Tú estabas allí y sé que aún permaneces a mi lado. Siento tu presencia en cada rincón de mi hogar, en el sofá, en el balcón, en la cama y en la cocina. Sé que estás aquí y que me proteges y algún día podré hacer yo lo mismo.
No hay persona que tenga idea de lo extraordinario que era pasar al menos un segundo a tu lado. Y sentía que era especial, único, sobretodo cuando íbamos a nuestro pequeño rincón de la playa, bajo aquellas rocas a la luz de la luna y podía permitirme acariciar tu rostro blanco como la nieve y verte fijamente hacia los ojos y sentir como mi corazón latía un poco más de lo normal hasta llegar a un punto en que podría salir por sí mismo. Sentir la necesidad de besar aquellos labios cálidos que me reclamaban.
Tu mirada podría atraer a cualquiera que se fijase en ti y tenías aquél don de agradar a cualquier persona por muy desconfiada que pudiese ser. Así eras tú, una gran persona con un corazón grandioso.
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