Aún sigues acaparando espacio de mi vida que nadie podrá hacer desaparecer. Seguiré luchando aunque tú hayas marchado, por que sé y aseguro que algún día volveremos a vernos y en ese caso seré yo quien te susurre al oído lo mucho que te quiero.
También hay que recordar
nuestro pequeño viaje a Ibiza, tus piernas largas y esbeltas eran de admirar y
tu vientre plano que a todos asombraba era más de lo mismo. Como olvidarte
tumbada en la arena, con aquél bikini a rayas que te compré para aquella
ocasión y que te quedaba más que fabuloso.
¿Sabes que más recuerdo?
Aquellas tardes lluviosas, cuando no nos apetecía salir, tumbados en el sofá
con aquella manta tejida por tu abuela, comiendo palomitas y viendo nuestra
película favorita, Billy Elliot.
Y ponerme a pensar que durante
toda aquella apasionante historia solo hubo un pequeño bache y que lo
hubiésemos podido arreglar y superarlo juntos… Maldita tu cabezonería y poco
empeño que tuve.
Era todo tan perfecto… Nunca
imaginé que pudiese acabar de esta forma, que de un día para otro pudiera
perderte sin poder hacer nada al respecto. Que una llamada inesperada un día
cualquiera me hiciese bajar de aquella nube en la cual estaba tan a gusto.
Como olvidarlo, aquel tres de
octubre de dos mil nueve, estaba tan
seguro de mí mismo, tan seguro de mi decisión. Era el único día de la semana
que había salido el Sol y el hombre del tiempo había previsto un agradable
clima, perfecto para dar un paseo por el parque y cenar a la luz de las velas
en aquel restaurante que tanto te gustaba.
Me pase toda la tarde de
floristería en floristería para poder comprarte los mejores y más perfectos
tulipanes de la ciudad. Después, pasé por la joyería a buscar el anillo que
tanto habías deseado desde tu infancia y que estaba dispuesto a darte aquella
misma noche dentro de tu copa con un poco de champán.
Mi hermana estaba tan
contenta de la noticia que no tardo ni medio minuto en contárselo a mi madre
que te tenía en un pedestal.
Llevada todo el día deseando
verte, ansioso de pasar aquella noche que sería muy especial para los dos y
recordaríamos durante toda nuestra vida, pero entonces sucedió. Tan solo
faltaban dos horas para poder contemplar tu rostro en el otro lado de la mesa
justo al lado de la ventana para que pudiésemos contemplar el mar y los barcos
en el fondo navegando, cuando me llamó tu padre dándome la ingrata noticia. ¿Cómo
no pude darme cuenta? Unos días antes se te veía apagada, como si no tuvieses
fuerzas y después repentinamente te encontrabas mal y padecías de fiebre.
Cogí la chaqueta y las
llaves del coche y salí de casa sin pensarlo dos veces, mi única dirección en
aquel momento era ir inmediatamente al hospital donde comenzó una furia
interminable entre el doctor que te atendía y yo por no dejarme pasar a
visitarte y saber como estabas. Sus palabras para tranquilizarme eran las
mismas que utilizaba con otros pacientes seguramente y pensando de esta forma
no podía dejar de imaginarme en todo lo que te podía suceder y lo solo que
podía quedarme si te perdía.
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