martes, 19 de junio de 2012

"Todos contra mí" - segunda parte


¡Qué insoportable es el sol! Todos los días se me olvidaba cerrar la persiana y cada mañana de cada día el solo me daba en la cara siendo una molestia para seguir durmiendo.

Tiré las sabanas hacia mis pies y me levanté de un tirón.

-¡Aaaaaaaah! ¡Qué buen día hace hoy! – Dije con una sonrisa de oreja a oreja-
Me encontraba mucho mejor y aquellas dichas heridas se estaban cicatrizando sin ningún problema.

Al principio pensé que sería un buen día, pero no fue así. Salí de casa después de desayunar y darle un beso de buenos días a mí madre para ir al parque. Estando allí vi como los niños pequeños correteaban libres y sin nada que les impidiera que su felicidad se esfumara.


-¡Hola! ¿Puedo jugar con vosotros? – Les pregunté-
-¡Claro! – Contestaron todos contentos-

-Ponte en aquella esquina, tú la pagas –Dijo uno de ellos-

Fui corriendo hacia la esquina y me puse a contar, al acabar vi a uno de ellos detrás de un banco no muy lejano así que proseguí dirigiéndome hacia allí para cogerlo. Al tenerlo delante y apunto de tenerlo entre mis brazos una mujer me pego con un bolso en la cabeza.

-Pero… ¿Pero qué hace? – Le dije un poco molesto-

-¡Aléjate de él! Chicos como tú no deben jugar con nuestros hijos, ¡Fuera! – Dijo muy molesta-

¿Qué había hecho? Solo estaba jugando con esos niños y no hacía daño a nadie, pero, por lo visto para esa mujer sí. Para evitar problemas me despedí de ellos y marché con el rostro mirando hacia abajo disgustado puesto a que el día comenzaba a no ser tan bueno como al despertarme.

Caminando por la calle devuelta a casa porque no quería que pasase algo malo un rico aroma entro por mi nariz inundando todo mi cuerpo y al girar en una esquina, allí estaba, una de las mejores pastelerías en todo el pueblo. Se decía que su receta contenía realmente amor y que con un solo mordisco de uno de los pasteles, ibas a otro mundo inimaginable.

Y al parecer en mis pantalones llevaba dinero así que decidí entrar a comprar uno. Al estar allí dentro la gente que estaba sentada me observaba de arriba abajo sin ningún disimulo despreciándome con sus miradas.

-Buenos días – Dije con educación a la dependienta-

-¿Qué quiere? – Me respondió con un tono un poco alto –

-Me gustaría un bollo de caramelo relleno de chocolate

-Aquí no hay de esos, por favor, vete.

No sabía que decir, estaba viendo con mis propios ojos una mini pirámide en uno de los escaparates con un cartelito de color verde con letras blancas que decía claramente “bollos de caramelo rellenos de chocolate”.

-Pero… Si los estoy viendo, por favor, quiero uno.

-No hay para ti, ahora salga de este establecimiento si no quiere que llame a la policía

¿Qué pasaba aquí? De un día a otro la gente estaba en mi contra, como si yo fuese diferente a los demás y no tuviese nada en común con ellos.
Cada vez me parecían más increíbles todos aquellos sucesos y no sabía cómo responder. 

Al salir de la pastelería giré en uno de los callejones otra vez disgustado por la injusticia, pero en ese mismo momento encontré a una chica joven y muy bella que me llamó que prosiguió diciéndome:

-Toma, pero no le digas a nadie que te lo he dado.

Y en ese momento dejó caer en un envoltorio de papel un pastelito que a simple vista parecía delicioso.

-Muchas gracias – le dije muy agradecido-

-Anda, vete, que como me pillen verás.

-De acuerdo – dije asentando con la cabeza-

Salí corriendo volviendo a girar aquella esquina con ese delicioso pastelito que me llamaba pidiendo a gritos que le diera un mordisco y que disfrutara mi paladar con ese sabor. Me senté en un banco no muy lejano y proseguí quitando el envoltorio de papel y cogiendo el pastelito con mis dedos apunto de comérmelo.

¡Qué bueno estaba! Nunca había probado algo semejante, mi paladar baila y pedía más y más.

Al acabármelo tiré el envoltorio en la papelera y al volver a casa, pasé por el mismo parque que hacia un buen rato me habían echado y volví a ver a aquellos niños correteando sin parar.

Para que mentir… Tenía envidia de cada uno de ellos. Nadie les despreciaba, ni les miraban con mala cara y mucho menos les hacían sentir diferente al resto del mundo.

Continuará...


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